jueves, 29 de octubre de 2009

Extraño adiós

Pateando noches por aburrimiento, le pegué a una piedra. Enojada se levantó y se paró frente a mi. ¡Era la Mole de los 4 fantásticos! Entré a correr como desquiciado y por suerte llegué a subirme a esa cigueña que pasaba al galope. Encendió el cigueñimetro y yo, asustado por la alta tarifa de ese viaje, me tiré de pechito. Cai en una esponjosa nube pero, ¡Oh problema!, empezó a llorar. Los pies se me resbalaban por los poros que se abrían en mi suelo y decidí dejarme caer sin darme cuenta la catástrofe. ¡Era de las famosas nubes que llovían hacia arriba! Acepté mi fortuna y me fui alejando del cuadro haciendome más pequeño, más pequeño, más pequeño. ¡Plop!. Desaparecí.

... este cielo llora

¡Que lindo ver una estrella! Desde lejos poder distinguir su esbelta figura, sus largos brazos y sus perfectos ángulos. Tomarse un tiempo y detenerse a mirarla, observarla y analizarla en una tranquila noche. Contamplarla por un telescopio y acercarla un poco, un poco más, un poco más. ¡NO, una de sus puntas está doblada! ¡Que horror! ¡Que feo! ¡Que verguenza! Haber malgastado tiempo en una estrella defectuosa como esa.
En ese momento, y por más que la estrella resalte por ser de color verde, se apaga al no poder adaptarse ante los ojos de aquella persona que la ve.

No es ella, ¡soy yo!

Me levanto, la veo y camino hacia ella. Abro la puerta y al querer pasar, ¡Oh, está cerrada! Me invaden las dudas acerca de mis habilidades para abrir puertas.

Intento nuevamente, realmente quería cruzar. Empujo la puerta tal cual me enseñaron en 2do año de la facultad, analizo el espacio descubierto y lentamente comienzo a pasar mi cuerpo. Pero nada, estaba cerrada otra vez. ¡La pucha, voy a tener que conseguir una particular en puertas!

Me arriesgo por última vez y me lanzo con todo sobre el objetivo. Un gran dolor atraviesa mi cuerpo y me indica que era una pared. Yo, feliz por volver a creer en mis habilidades para abrir puertas y lamentando haber dudado de ellas, me vuelvo a acostar.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Una escalada, una caída más

La vida siempre ha visto llegar a muchas personas pararse en la punta del Everest, pero él, el receloso Barbudo, exhala un suspiro y hace caer a todo valiente atrevido que asome por esos lados. El largo trayecto recorrido hacia el abismo deja al descubierto una parte de cada uno que no era conocida hasta ese momento. Al llegar al fondo y quedarse tendido en el suelo, se da un tiempo para formularse planteos de su vida pasada y recomponer en su mente la idea de lo que es. Los momentos de vuelo sirven de cachetada para acomodar ideales, sufriendo en carne que mientras más alto se sube, más bajo se cae
Maldiciendo al mal temporal por el infortunio de su aparición, el personaje en cuestión encara un momento de decisión delicado; subir nuevamente al paraíso terrenal o acostumbrarse a vivir en el desértico llano. El recuerdo de ese momento de paz obtenido en la cima conlleva un gran peso en la decisión, la cual suele inclinarse hacia el lado de reiniciar la escalada. Mientras, desde arriba, el "caballero" de los pelos blancos se mata de la risa e intenta descifrar las características individuales del abajosufriente. Espera se lo tome como una lección de vida.
Tomando el sendero que una vez logró llevarlo al techo de ese cúmulo de tierra, comienza la travesía nuevamente. Los pasos dados con mayor certeza y seguridad aceleran el ritmo de la escalada, haciendo creer al individuo la facilidad de la tarea planteada. Al arribar a la cumbre nuevamente se tiende boca abajo en un nuevo momento de reflexión deliberando si el esfuerzo realizado es válido o no. Toma aire y se levanta sonriente, satisfecho. ¡Equivocado compañero! El Barba está despierto. Sorprendido por tu nueva llegada, Él tira la cadena de su inodoro y comienza así a caer un diluvio que hace al pobre infeliz caer una ves más.
Otra ves el suelo y la duda de que hacer. Apretando con fuerza los dientes para no dejar escapar el alma en un grito, el protagonista se levanta. Parado a su lado, siempre presente, el melenudo le dice al oído:
- Así, arriba, no llegás...
Sin sorprenderse y con gran aceptación, se deja caer al pasto con los ojos cerrados. Entonces se eleva de manera libre y logra posarse en el trono, en la cúspide.