Una persona sin cabeza, sin espíritu, sin alma, sigue caminando recta hacia el abismo que lo espera. Todos lo miran pasar sin entender porque continúa en su camino conociendo el destino que le depara, pero él, sin expresión en los ojos, en el rostro, en la vista, sigue caminando. El viento se arremolina y, apiadándose de él, intenta frenarlo con su fuerte soplo, pero sus pies desnudos, sin aliento, sin deseo, sin sentido, siguen caminando.
Cree que su destino es inevitable, que su dolor es interminable, que su arrepentimiento es infinito, por eso camina sin cesar, sin luchar contra el caminar. Cree que su cabeza se perdió en el pensar, en el delirio, en la locura. Cree que su espíritu se apagó en la lucha, sin batallar, sin dar pelea. Cree que su débil alma se voló como un pájaro, como una hoja, como la tierra.
Llegado el momento de arrojarse a la perdición, la luz. La luz oscura que ilumina desde adentro y deja ver la decepción y bajeza de los demás. La misma luz apagada que lo lleva a no arrojarse, a escaparse, a no ser uno más. Esa luz que alumbra de noche, que deja ver las estrellas, y que hace volver a creer en el cielo, en el tiempo, en el ser...
Cree que su destino es inevitable, que su dolor es interminable, que su arrepentimiento es infinito, por eso camina sin cesar, sin luchar contra el caminar. Cree que su cabeza se perdió en el pensar, en el delirio, en la locura. Cree que su espíritu se apagó en la lucha, sin batallar, sin dar pelea. Cree que su débil alma se voló como un pájaro, como una hoja, como la tierra.
Llegado el momento de arrojarse a la perdición, la luz. La luz oscura que ilumina desde adentro y deja ver la decepción y bajeza de los demás. La misma luz apagada que lo lleva a no arrojarse, a escaparse, a no ser uno más. Esa luz que alumbra de noche, que deja ver las estrellas, y que hace volver a creer en el cielo, en el tiempo, en el ser...
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