Una vez más me levanté con el cerebro mojado y lleno de agua. Miré a través de la ventana y el paisaje estaba seco, por lo que deduje el agua estaba entrando por mis ojos. Harto de esta situación me dirigí al neurocirujano y con convicción le pedí un cambio de cerebro. Luego de firmado el papelerío correspondiente, fui a la tienda más cercana para elegir el cerebro que deseaba. Encontré de todo tipo, color, tamaño y me decidí por el más pequeño, cansado de tanto pensar. Lo pagué, me lo envolvieron, y nuevamente me encaminé hacia el consultorio.
Acostado en la camilla dentro de la sala de cirugía, el doctor me puso una mascarilla y me hizo contar hasta diez. Me sumergí en un sueño largo, muy largo. Al despertar noté que mi alma lloraba por extrañar a mi cerebro, así que decidido fui nuevamente al médico para solicitarle un cambio de alma...
Acostado en la camilla dentro de la sala de cirugía, el doctor me puso una mascarilla y me hizo contar hasta diez. Me sumergí en un sueño largo, muy largo. Al despertar noté que mi alma lloraba por extrañar a mi cerebro, así que decidido fui nuevamente al médico para solicitarle un cambio de alma...
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